Otras narraciones Independientes

Más abajo tienes un VÍDEO con extractos del contenido

fundidos en una bellísima música y en hermosas imágenes


La historia, fotografía e imágenes y el correspondiente vídeo han sido creados por María José Moreno

Forma parte de un conjunto de Narraciones Independientes las unas de las otras

La música del Vídeo pertenece al espléndido compositor Juan Carlos García

 

«Esto era un borrico que sabía demasiado para ser burro…». La sabiduría de Árbol cambió su vida y la de otros animales de la granja.


***

El borrico Alberico 


  Esto era un borrico que sabía demasiado para ser burro. Todos sus amigos se lo decían:

- «Alberico, hijo, no pareces uno de nosotros, ¡tan ´resabiao´! » 

  Pero Alberico sólo sonreía e inclinaba la cabeza.    

  Vivía en un establo de color naranja perteneciente a una modesta granja. Allí cohabitaba con otros animalitos de muy distintas especies y condición; y aunque pareciera quizás más cercano a unos que a otros, en realidad trataba a todos casi por igual, con un profundo respeto y amor… ¡Y es que había aprendido de un gran maestro!  

  Junto al cobertizo había un ciruelo de lo más dinámico; sus ricos frutos llegaban abundantes temporada tras temporada y florecían tan dulces y sabrosos que el arbolito se había ganado la admiración tanto de sus compañeros de corral como de los dueños de la hacienda.    

  Era el único árbol en la finca y su prestigio había ido creciendo con los años hasta llegar a ostentar una posición de autoridad entre los animales con los que tan bien se entendía; seguramente por eso le llamaban ´El Árbol´. 

  A pesar de ello, su humildad atraía a todo aquél que, de un modo u otro, realmente le necesitaba. Él con sumo gusto brindaba su hospedaje; y en la época previa a la maduración de las ciruelas, cuando el perfume exhalado traía la promesa de tan deliciosa ofrenda, su sombra se tornaba especialmente acogedora.   

« ¡Das tanto y pides tan poco…!», le decía a veces Alberico refiriéndose a la escasa demanda de atención que requería en comparación a su extremada generosidad.

- « ¿Y qué más puedo desear?», le contestaba alegre invariablemente.     

  Árbol tenía don de gentes; sabía tanto escuchar como decir la palabra oportuna, mostrándose siempre discreto y compasivo. La naturaleza ecuánime de su carácter le hacía rápido y sagaz en sus observaciones, y su nobleza le llevaba a priorizar la parte más pura que anidaba en los corazones de todo el que le buscaba.

  Para Alberico era un ejemplo a seguir y, efectivamente, así trataba de hacerlo. La verdad es que se pasaba muchas horas bajo sus ramas mientras ambos conversaban o permanecían en respetuoso silencio. 

  Ya desde su más tierna infancia el burrito había buscado su compañía, lo que derivó con el tiempo en algo aún más profundo que una amistad; se estableció una especie de relación de tutor y pupilo, a pesar de que Árbol no tenía muchos más años que él.    

  El ciruelo había sido plantado sólo unas cuantas estaciones antes de que Alberico viera el mundo por primera vez. Entonces las cosas estaban diferentes; no había ninguna otra casa en los alrededores y la tranquilidad reinaba tanto entre los humanos como entre los animales de la finca.  

  Era un asno recién nacido cuando lo trajeron. Al principio los dueños lo mimaban en demasía y le dejaban campar a sus anchas por los prados que había más allá de la heredad; es así que Alberico casi  no tenía contacto con los demás animales ni con el corral. 

  Pero pronto llegaron nuevos convecinos que edificaron sus casas en las inmediaciones. Las agitadas voces y artificios invadieron la rutina diaria de toda la zona, y con sus ademanes cursis y remilgados la actividad social de todos los miembros de la granja acabó cambiando radicalmente. 

  Despuntaba la primavera cuando el burro fue confinado a la zona del corral junto al resto de animales. Aún era muy pequeñito y acusó fuertemente la consiguiente desatención. Sin embargo fue precisamente este aparente revés lo que a la postre le proporcionó la gran oportunidad de su vida.

  Solitario y abatido, los primeros días se mantenía alejado de los compañeros de cuadra; apenas si se movía del límite del cercado, e incluso se resistía a apartarse y ponerse a cobijo cuando sobrevenía algún chaparrón. 

  Añorando a sus dueños, tristemente los miraba en la lejanía a la vez que anhelaba las salidas al prado en libertad.  

  Comenzaba Abril cuando una mañana se sorprendió olfateando la fragancia procedente de un ciruelo al que hasta entonces casi no había prestado atención; a fin de cuentas… sólo era un árbol, ¿verdad? Sin embargo, y aunque aún no lo sabía, en el fondo de su corazón Alberico no albergaba prejuicios.

  Un impulso le hizo acercarse.      

- «No te conozco, pero hueles muy bien», le dijo.

- «Pues yo a ti sí que te conozco, Alberico», le contestó. «Puedes venir y descansar a mi cobijo cuanto quieras o necesites. Pero ahora deberías almorzar», y con su apacible hálito le impulsó a comer de sus frutos.

- «Date tiempo, querido Alberico, que todo se calmará».    

  Fueron estas palabras suspendidas en los balsámicos aromas y en la armonía de sus colores lo que penetró el ánimo del pollino. Envuelto en su amor tomó acomodo bajo sus ramas y se quedó dormido, descansando como no lo había hecho en muchos días.

  A partir de ahí comenzó una nueva etapa de renacimiento en su mundo. 

  Árbol y Alberico crecieron unidos por una afinidad difícil de explicar entre especies de dos Reinos tan distintos, convirtiéndose Árbol en un instructor para el perdido Alberico. Y esto precisamente le ofreció su primera lección, que la Vida elige manifestar Su Sabiduría a través de las formas más diversas, y que lo aparente no suele ir ligado a la verdadera valía.  

  Desde el principio el ciruelo le trataba con sumo cariño, pero también con firmeza. 

- «Te veo con tantas ganas de hacer cosas hermosas, que me extraña que no aproveches más útilmente el tiempo».   

- «Antes los humanos me hacían caso», balbuceó en voz baja. «Contaban historias delante de mí, y me hablaban. Les veía moverse, reír... Además, podía salir sin atar y libre hasta los campos que hay más allá de la valla… ¿Es que ya no se fían de mí?».

- «Las circunstancias han cambiado, cierto; pero si sabes aprovecharlas puede que incluso te puedas alegrar por ello».

- « ¿Cómo?», preguntó azorado el borrico. Intuía el egoísmo que subyace en un sentimiento pertinaz de melancolía, pero de momento no sabía cómo evitarlo.   

- «Tienes muchos compañeros dentro del corral que nunca han disfrutado de la libertad y el trato que has tenido tú. Tal vez ahora ha llegado la ocasión de ayudarles».

- « ¿Ayudarles? No comprendo». Alberico nunca imaginó convertirse en soporte para otros.      

- «Has visto muchas cosas del mundo de los humanos. Has podido sentir sus emociones, conocer sus costumbres con mayor intimidad que cualquiera de tus compañeros… De ti dependerá quedarte con la decepción de sentirte abandonado, o con la riqueza de lo que has recibido y aprendido durante ese tiempo».

- « ¡Un tiempo muy, muy corto!», interrumpió desalentado el borriquillo.  

- « ¡Quién sabe! Si tú lo deseas será el suficiente». Y la profunda convicción de Árbol calmó al instante al joven burrito.

- «Mira, Alberico, quizás sea el momento de transmitir lo valioso de las vivencias que hasta ahora has tenido. Y no me refiero a que vayas hablando sin más; cuenta tus experiencias sólo al que te lo pida; responde como mejor sepas sólo cuando alguien te pregunte. Tu diario vivir, tu comportamiento, harán el milagro por sí mismos».     

  Por un breve instante calló, dejando que la brisa circundante asentara las palabras.

- «Tú sólo has de tratar a los demás como en este tiempo te sentiste tratado, con cariño y confianza; simplemente comienza cada día en la seguridad de que la Vida es tan bella como te lo parecía entonces.

  »Si antes ibas a los prados más lejanos, ¡disfruta ahora de los que tienes al lado!; si antes los humanos jugaban contigo, ¡sé tú ahora el que juegue con tus hermanos de corral!

  »Y no te preocupes por las diferencias. Tal vez la oca no comprenda como el pajarillo, o el conejo como el caballo, ¡qué más da!; cada uno entenderá según su propio nivel y necesidad.

  »Pero tú has sido traído hasta aquí por una Razón que sólo TÚ puedes cumplir. 

  » ¡Sé útil! Aprovecha el tiempo y regala tanto amor como puedas, tanta comprensión como seas capaz.  Sé un ejemplo en todos los ámbitos y da gracias por ello».    

 

     El sabor de las palabras de Árbol, vigorizante y profundo como sus exquisitas ciruelas, le despertó a una nueva conciencia. Fue el comienzo del entrañable vínculo que se estableció entre ellos.  

  Un foco de Paz tomó anclaje en la granja a través del ciruelo, extendiéndose gradualmente su radiación incluso más allá del corral.      

 

  Ahora Alberico comprendía que cada cual trae asignado un papel irrepetible en la vida y que éste ha de ser aprovechado.  

 

FIN

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