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Más abajo tienes un VÍDEO con extractos del contenido

fundidos en una bellísima música y en hermosas imágenes


La historia, fotografía e imágenes y el correspondiente vídeo han sido creados por María José Moreno

Segunda Narración de la Colección «Evocando»

La música del Vídeo pertenece al espléndido compositor Juan Carlos García


«Realmente ´La caja de los botones`, con su enorme versatilidad, marcó un hito en la vida de los tres chiquillos». 


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La caja de los botones

 

Había una vez una caja llena de botones en una casa donde vivían tres niños. Su madre la tenía siempre a mano junto a la costura porque le servía para encontrar justamente el botón que necesitara en un momento dado.

Estos botones habían ido a parar allí por diversos medios, el más común de los cuales era cuando procedían de una prenda ya rota de la que, tras trocearse y tirar lo inservible, se extraían los retales y botones que estuvieran en perfectas condiciones para un nuevo uso.

A los niños les encantaba coger la caja y llevársela a la mesa de juegos, un gran mueble de madera casi blanca que cumplía múltiples funciones. La mesa solía utilizarse para la costura o la plancha, y también para que los hermanos hicieran los deberes o se espaciaran en las cien mil actividades lúdicas que conocían o inventaban. 

Habitualmente jugaban entre sí, sobre todo los dos más pequeños. La hermana mayor, una chiquilla de diez años dulce y bondadosa, participaba gustosa y se amoldaba en general al gusto de sus hermanos; pero cuando se cansaba lo dejaba sin más para ir junto a su madre con su talante sereno y alegre. 

La escasa diferencia de edad entre ellos lo facilitaba todo, y era la niña mediana quien solía llevar la voz cantante en cuanto a qué juegos elegir o a cómo jugarlos. 

El menor de los tres era el único chico. Con siete añitos, obedecía gustoso las directrices marcadas por sus hermanas, colaborando de buena gana en todo y aportando la enorme imaginación y espíritu emprendedor de una mente que ya, a pesar de su corta edad, despuntaba especialmente brillante.  

A diario después de acabar los deberes, o bien en fines de semana o en vacaciones, la mesa se convertía en un edén para ellos. 

Allí dibujaban o pintaban; jugaban a recortables, a coches de carreras, a las muñecas o a cacharritos (tacitas, platillos y todo un menaje de lindísimos colores y diseños). Montaban construcciones con la arquitectura de colores que los Reyes Magos habían traído al más pequeño, aunque en otros momentos usaban estas mismas piezas para jugar a tiendas o a colegios (los bloques de tres unidades sencillas representaban jabonetas u otros artículos vendibles; también un tándem de dos podía simbolizar a los alumnos de una clase, aumentándose a tres fragmentos el correspondiente al profesor. Con las piezas más especializadas construían mostradores, puertas y diversos enseres).  

 Muchas veces los tres hermanos se sentaban en la mesa simulando ser una clase, y se rotaban entusiasmados en el papel de maestro. 

Los juegos eran variados y muy vivos.

El extremo del nudo de un globo roto se convertía en una señorita del siglo XIX con su larga falda y airoso sombrero; o, rodando sobre la superficie de una tapadera de latón, unas brillantes y traslúcidas canicas simulaban ovejas huyendo de un lobo, representado este por otra canica más oscura, que nunca, nunca las cogía… Y es que la regla tácita para todos sus juegos era que el bien siempre triunfaba.

¡Ah!, ¡cuánta pericia se necesitaba por parte de los críos para que las ovejitas salieran airosas! Concentrados en el logro, movían hábilmente la tapadera en un ruidoso correteo de las canicas sobre el dorado metal.

Desde luego que volcaban su entusiasmo en otros muchos elementos: daban vida a las pinzas de colgar la ropa, a los bolígrafos; hacían que las gomas de borrar o los sacapuntas fueran personajes de improvisadas historias… 

¡Todo en sus mundos podía tener un significado mágico y espectacular! 

Pero de entre todas las opciones había una que atraía especialmente la atención de los niños, y era la caja de botones que su madre tenía guardada.    

Dada la facilidad con que podían extraviarse los mismos, cada vez que se la pedían prometían solemnemente tener mucho cuidado.  

En realidad, los variadísimos botones que contenía resultaban piezas clave para muchos de sus juegos. 

Jugando a ´escuelas`, los botones podían ser los escolares, en cuyo caso las piezas de la arquitectura pasaban a representar los muebles o estructuras del colegio. Si jugaban a tiendas, cada botón se convertía en un dependiente; si a aventuras, entonces se tornaban en intrépidos exploradores de las selvas amazónicas o de la cálida y profunda África.

Cualquiera que fuera el juego elegido, los botones suponían uno de los recursos más apetecidos, porque sus diversas formas y tamaños les permitían adaptarse a la función específica que los pequeños desearan aplicarles. Además, ¡había muchos muy lindos! 

Tan poderoso era el estatus de estos botones que, para repartir los que a cada cual correspondería mover en el juego, iban eligiéndolos en un cuidadoso turno rotatorio.  

 

Sin embargo, había un botón muy distinto a los demás.  

Más bello que ninguno, destacaba a pesar de su tamaño relativamente pequeño. 

En verdad no era un botón, sino un lustroso pendiente redondo de pinza con una perla blanca en su centro y coronado a todo alrededor por minúsculas circonitas destellando su transparente cuerpo cristal.

¡Por supuesto, era el favorito de los tres! De hecho, apenas si se percataban de que realmente no se trataba de un botón y solo veían lo especial que resultaba. 

 No se preguntaron cómo había ido a parar a ´La caja de los botones`; tampoco les importaba. 

El día en que lo descubrieron el juego con los botones cobró un renovado ímpetu.

Ahora les gustaba jugar a reyes, siendo este excepcional botón la reina; o a bodas, en cuyo caso representaba a la novia.  

El botón era el Hada Buena, o la princesita guapa y generosa, o la profesora ideal: lista, amable y amorosa. 

Al mirarlo sus ánimos se aceleraban desbordando aun más dinamismo.   

En la hermana mediana, que profesaba una clara predilección por el dibujo, solía ejercer un efecto especialmente inspirador. 

Por eso a veces, tras un rato de jugar a los botones, sentía la inclinación de cesar y ponerse a dibujar y pintar palacios y castillos grandiosos llenos de bellas princesas con vestidos largos y gaseosos, o hadas luminosas con delicadas alas y varitas mágicas envueltas en nubes o resplandores.

A la sazón, recortaba las imágenes pintadas y las añadía a la colección de recortables, y entonces proponía a sus hermanos pasarse al fastuoso juego de los muñecos de cartulina…

La verdad es que al contemplar y sentir el botón entre sus manos veía más de lo que tenía delante y deseaba plasmarlo en papel; sin embargo, al rato de jugar con las bellas figuras dibujadas, muchas veces echaba de menos la tridimensionalidad del pendiente y volvía la atención de nuevo hacia los botones.

***

 

Realmente´La caja de los botones`, con su enorme versatilidad, marcó un hito en la vida de los tres chiquillos.

Imaginación y entrega construyendo las bases de una vida rica en recursos, infinitamente nutrida. 

Sin siquiera proponérselo, se preparaban para formar parte activa y consciente de un Universo de Creatividad inextinguible, donde el límite solo lo pone la propia conciencia. Un Universo de belleza, siempre activo, ¡en perpetuo movimiento! 

 

Estos pequeños aprendices de la Vida, fortalecidos en el amor de una familia, amplificaban y afinaban con extraordinaria audacia su papel en el Gran Juego Solar de la Creación, ese Juego donde cada cual ha de aprender a asumir el uso diligente y responsable de la energía que se nos entrega al nacer.  


FIN

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